Beewashing: cuando las abejas se vuelven fachada y no compromiso
- Gabriela Romero

- 21 jul
- 2 Min. de lectura
Por Gabriela Romero
Las abejas se han convertido, en los últimos años, en un símbolo global de conexión con la naturaleza, de vida, de equilibrio. Pero su imagen —su dulzura, su estética, incluso su sabiduría— ha sido también apropiada como herramienta de marketing, sin verdadera conciencia ni acción detrás. A eso se le llama beewashing.
¿Qué es el beewashing?

Es el uso simbólico o decorativo de las abejas para aparentar compromiso ecológico, sin que exista una transformación real de fondo. Colmenas en techos sin cuidado real, productos con etiquetas de abejas mientras se usan pesticidas, campañas con imágenes tiernas pero vacías… La lista es larga.
Es una forma moderna de greenwashing con alas.
¿Por qué es peligroso?
Porque distrae del verdadero problema ecológico.
Porque silencia a quienes sí llevan décadas escuchando a las abejas con respeto.
Y porque puede llevarnos a tomar decisiones erradas que afectan a los ecosistemas.
Por ejemplo: muchas campañas “para salvar a las abejas” promueven la instalación masiva de colmenas de abejas melíferas (Apis melífera) en ecosistemas donde no son nativas. Esto puede desplazar a abejas silvestres o meliponas, fundamentales para los bosques y su biodiversidad.
Las abejas no son un paquete estandarizado. Son parte de redes ecológicas delicadas. Y no en todos los lugares deberían ser introducidas.
Lo viví en carne propia
Después de la pandemia, algunas personas y organizaciones se acercaron a mí —como muchas veces ocurre con quienes trabajamos desde lugares sensibles— con un aparente interés genuino en las abejas y el conocimiento que yo había cultivado durante dos décadas.
Durante semanas compartí información, experiencia, lenguaje, y forma de trabajo.
Después de absorber lo que necesitaban, desaparecieron. Nunca más supe de ellos. Hasta que vi parte de mi trabajo, mis conceptos, e incluso mis palabras, circulando en redes… pero sin alma. Sin raíces. Sin abejas vivas.
Ese es el peligro: transformar lo vivo en contenido.
Lo sagrado, en eslogan.
¿Y ahora qué hacemos?
1. Seamos más conscientes como consumidores y ciudadanos.
Preguntemos: ¿esto que veo tiene impacto real? ¿Hay relación con apicultores, comunidades, educadores ambientales?
2. Cuidemos el lenguaje.
No es lo mismo un apiario que una colmena de exhibición. No es lo mismo “poner abejas” que regenerar un ecosistema.
3. Honremos a quienes sí están haciendo el trabajo.
Hay personas, redes, pueblos originarios y profesionales que llevan años protegiendo a las abejas nativas, regenerando tierras, educando con coherencia. No necesitan marketing: necesitan aliados.
4. Y sobre todo: aprendamos a escuchar.
Las abejas no necesitan que las convirtamos en influencers. Necesitan que cambiemos el modelo.
Como dijo alguien, no se trata de “salvar a las abejas”: ellas están intentando salvarnos a nosotros.
Las abejas no son imagen. Son mensaje.
No basta con decir “yo amo a las abejas” o tener su imagen en el logo. No basta con poner una colmena en el jardín.
Como con Morgan Freeman, que convirtió su rancho en un apiario gigante —bienintencionado, sí—, pero que sigue respondiendo al modelo de colmena como producto, no como parte de un ecosistema regenerado.
La verdadera tarea es colectiva:
regenerar hábitats, proteger la diversidad, y transformar nuestra forma de habitar la tierra.
Gabriela Romero
Api terapeuta.
Especialista en desarrollo humano
Autora de El llamado de las abejas.























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